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VIDA NOCTURNA EN EL DISTRITO FEDERAL A MEDIADOS DEL SIGLO XX. DEBATES EN TORNO A LA MORAL EN LA PRENSA

Johan Caballero

Por: Johan Caballero



Sábado Distrito Federal

Sábado Distrito Federal

Sábado Distrito Federal

¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!

“Sábado, Distrito Federal”, Chava Flores.


Hablar de la vida nocturna en la Ciudad de México (en el todavía Distrito Federal) implica recordar quizás películas de la llamada “Época de Oro del cine mexicano” en las que aparecen pachucos, cabareteras, músicos famosos y actores inolvidables. Quizá implica hablar de esos actores que se formaron (¿a modo de pseudo-escuela?) y forjaron en los cabarets como lo fue Álvaro Carrillo (autor de “Sabor a mí”, “Sabrá Dios”, “Se te olvida”), Agustín Lara (“Piensa en mí”, “Aventurera”, “Noche de ronda”); que se forjaron en El Tenampa como lo fue José Alfredo Jiménez, el Mariachi Concho Andrade o el Mariachi Vargas de Tecalitlán. ¿Dónde quedan esos actores como Pedro Infante, Tin Tan, Cantinflas o actrices como María Félix, Sara García, etcétera, si no es viviendo la vida nocturna de la Ciudad? Oh, pero es que estamos olvidando a las grandes orquestas como Acerina y su danzonera, La Sonora Matancera, La Sonora Santanera o la orquesta del care-foca (es decir, Dámaso Pérez Prado)... ¿Y nuestras bailarinas exóticas como Tongolele, Kalantán o Kyra no tienen lugar?

Sin lugar a dudas, esta época estuvo marcada por una riqueza en la vida nocturna que dejó tantos elementos interesantes que analizar. Sin embargo cabe preguntarse ¿qué permitió esta nueva vida nocturna? ¿Y, en segundo lugar, cómo reaccionó la población y la prensa a estas nuevas formas de entretenimiento? Aquí cabe una última pregunta: ¿cómo reacciona un Estado moralizante ante estas manifestaciones?

Todo esto se intentará responder, espero, con satisfacción. Así que haremos un recorrido por las colonias Guerrero, el Centro, la Doctores, la Obrera, Nonoalco, Buenavista y poco más...



EL MITO DEL PROGRESO Y LA MODERNIDAD. ENTRE GUERRA Y ABUNDANCIA ECONÓMICA

México entró a la Segunda Guerra Mundial debido a presiones estadounidenses que bajo su

argumento de “unión panamericana” se proponía a mantener unido al continente americano y así evitar cualquier rasgo de infiltración nazi y fascista —ya fuera esta de manera ideológica o física mediante algún tipo de invasión. Además, fueron hundidos los buques petroleros Potrero del Llano y el Faja de Oro por la Alemania nazi en mayo de 1942. Por lo tanto, cuando fue atacado EE. UU., reunió a naciones americanas para proponer una colaboración activa que no solo implicaba el apoyo económico sino la exportación de material de guerra (como el petróleo mexicano que fue muy útil para los Aliados o el caucho brasileño para la elaboración de llantas) y el espionaje activo en demás naciones americanas con el fin de evitar la propaganda de las potencias del Eje así como la propaganda a favor de los Aliados.

De esta manera, México se vio implicado e involucrado en una guerra (que no le competía) apoyando con sus materias primas y con la propaganda “pro-yanqui” como los noticieros informativos en los que el presidente Ávila Camacho daba un informe del avance de la guerra aunque estos después fue desapareciendo cuando se usaron los melodramas rancheros para buscar el apoyo público. A México se le pidió tiempo para que las materias primas que exportara se le pagaran, finalizando la Guerra, por un plazo de 30 años; de ahí la bonanza de los años ‘40, ‘50 y ‘60.


Es menester mencionar que durante el tiempo que México se vio inmerso en el conflicto se llevaron algunas acciones destacadas: 1) se instauró el Servicio Militar para adiestrar a los jóvenes mayores de 18 años y así mantenerlos preparados ante cualquier acto de invasión extranjera; 2) se realizaron simulacros de apagones que tenían como finalidad “apagar la ciudad” para que en caso de ataque aéreo el enemigo no hallara los principales objetivos, el primer simulacro se realizó el 7 de septiembre de 1942 a las 19:25 hrs; 3) se elaboró la ley de disolución social que prohibía a un extranjero o a algún nacional cualquier manifestación que desestabilizara el orden social —que causaría muchos problemas hacia la década de 1960—; 4) México envió a un pequeño contingente a combatir al frente oriental en las islas Filipinas bajo la idea cultural fundada en que los lazos españoles del siglo XVI unían a México (la Nueva España) con Filipinas.


Con el famoso milagro mexicano, la Ciudad de México adquirió un tono distinto y la vida se respiraba de manera muy diferente, la urbe se había transformado entre la construcción de multifamiliares para así dejar atrás a los quintos patios y las vecindades, se construyó la torre de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, hospitales, deportivos (Deportivo Miguel Alemán, en la colonia Lindavista), el parque de baseball, la Ciudad Universitaria, el Teatro Insurgentes, entre otros. La “Modernidad” y el “Progreso” habían alcanzado a México (“O al menos eso es lo que la gente cuenta...”) y esto provocó que la sociedad buscara nuevas formas para divertirse como cines, teatros, la radio, la televisión o los salones de baile.



LA VIDA NOCTURNA: ENTRE CABARETS, SALONES DE BAILE Y "TONGOLELITIS"

Los años cuarenta fueron un “culto a la modernidad” —a decir de Carlos Monsiváis— en donde se inauguraba y se sentía una ciudad distinta, una capital moderna en la que se veían circular nuevos automóviles, la ciudad se comenzaba a expandir poco a poco con su industrialización gradual y esto supuso nuevas maneras de entretenimiento asociada a los teatros, los salones de baile, los cabarets o los centros nocturnos a los que la prensa ayudó a crear una mala fama entre la sociedad.

Sobre esto último, por supuesto, hubo intentos de censura por parte de la Iglesia Católica, de la Legión Mexicana de la Decencia y el gobierno de los distintos regentes como Javier Rojo Gómez, Fernando Casas Alemán o Ernesto P. Uruchurtu —apodado el “Regente de Hierro”. De hecho este regente impuso normas morales como el prohibir besarse en la calle, decir piropos en la calle (ante lo cual no considero que sea algo terrible), prohibir los desnudos en el cine, disminuir los horarios de cantinas, cabarets y salones de baile, quedaban prohibidos los bailes llamados shimmy y jazz, la empresa no debía permitir la entrada a las personas de conducta dudosa y se prohibía que bailaran las señoritas menores de quince años.



LOS CABARETS

La vida en los cabarets se dio paso tras el declive del gusto por las carpas cuyo centro se encontraba en la colonia Guerrero y a pesar de que las mujeres tenían prohibido trabajar en lugares en los que se vendiera alcohol, la realidad es que había meseras, bailarinas, cantantes, acompañantes, figuras y prostitutas.

“Este tipo de trabajo que ya en sí mismo representaba una falta a la ley, las exponía a otro tipo de abusos y explotación, sin mencionar que la sociedad no tenía una opinión favorable de las trabajadoras nocturnas”[1] y es importante resaltar que habían mujeres empresarias que tenían cabarets como Antonieta Rivas Mercado quien fue dueña de El Pirata; el caso de Clotilde Ortiz de Rubio que tenía el Leda, ubicado en la calle de Dr. Vértiz, o el de María Alvaro Orejas quien fue dueña de El Tranvía —ubicado cerca de la estación Indianilla—.

Uno de los cabarets más famosos fue el de Graciela Olmos, La Bandida, que funcionó entre los años cuarenta y cincuentas. “Se dice que era una ‘residencia amplísima, funcional, limpia, comedor, elegante bar, cocineras, músicos, cantantes, cien hermosas mujeres de planta y 10 mil pesos diarios de los años 40’, un lugar protegido por personajes influyentes en el gobierno que lo hacían prácticamente intocable”.[2] De hecho en dicho cabaret trabajaron músicos como Álvaro Carrillo, José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez, el trío Los Panchos, Los Tres Ases o Los Tres Diamantes.



LOS SALONES DE BAILE

Se encontraban, principalmente, en dos rumbos de la Ciudad: hacia el norte se encontraban los salones para aquellos con mayores ingresos económicos y hacia el sur se encontraban los salones para personas con un menor nivel socioeconómico. Mientras que se podía escuchar a orquestas tipo americano como la de Luis Alcaraz en el Salón Buganvilla, Riviera y Ciros, en los salones como Los Ángeles, el Salón México (inaugurado el 2 de abril de 1921 y ubicado en la esquina de Pensador Mexicano y la calle 2 de abril, en la colonia Guerrero) o el Smyrna Club se tocaba mambo, danzón o cumbia.

La clase media acudía a El Patio, El Señorial, Los Globos o La Fuente para ver a Tongolele, a Los hermanos Castro o a la orquesta de Pérez Prado. En el Capri, del Hotel Regis, tocaba Agustín Lara y cantaba Pedro Vargas.

Al respecto, Gabriela Pulido Llano, quien ha estudiado de manera profunda la vida nocturna de la capital en este periodo, nos recuerda que

Sin embargo, todavía en los años cuarenta, la vida nocturna mantuvo su vigor en el mismo perímetro [...]: el centro, colindante con las colonias Obrera, Nonoalco, Buenavista, Morelos y Guerrero. Esta última, por ejemplo, colindaba al sur con la Avenida Hidalgo; al norte, con Nonoalco (hoy Ricardo Flores Magón); al oriente con el hoy Eje Central Lázaro Cárdenas y Paseo de la Reforma, y al poniente con las calles del Eje 1 Poniente Guerrero.[3]


Sobre Pérez Prado, la empresaria Margo Su describe la primera vez que vio a Dámaso Pérez Prado en el Salón Brasil. Lo describe como un maestro de escuela o un monaguillo ya que tenía un suéter café, era bajo de estatura y le impresionaba que aquella persona que no tenía presencia escénica pudiera lograr un frenesí entre los asistentes que bailaban al son de ese nuevo ritmo. Posteriormente, Félix Cervantes invitó a Pérez Prado a interpretar el mambo en el Salón Margo y le cambió el look para tener el aspecto con el que ahora lo conocemos.

Carlos Monsiváis, quien resulta imprescindible ya que en sus crónicas abordó las diversas temáticas de la vida nocturna metropolitana, dice sobre la orquesta del Care’foca que

Los taxistas bailan su mambo, los zapateros bailan su mambo, los jóvenes de escudos universitarios bailan su mambo. Último aviso antes de que la ola de la explosión demográfica y la urbanización y la industrialización lo arrasen todo [...] Pronto, su Regente protegerá a la ciudad de visiones y aficiones nocherniegas. Entretanto, con una combustión ajena a extinciones y derrumbes, las exóticas intensifican la diferencia entre movimiento subversivo y movimiento licencioso y Pérez Prado subleva y amotina al pópulo contra la inmóvil tiranía del danzón.[4]



LA TONGOLELITIS

Yolanda Montes Tongolele nació en 1932, en Spokane, Washington, Estados Unidos, y a los quince años debutó como bailarina profesional. Comenzó a trabajar en México desde 1946 y su vida artística fue muy prolífica en teatros, cines (como cuando apareció en la película El rey del barrio), en cabarets y en centros nocturnos. Tongolele y los espectáculos de la vida nocturna causó una especie de revolución en el pensamiento, “propuso un cambio de mentalidad, aunque para hacerlo se apelara de manera casi automática a los valores familiares, los comportamientos vigilados de mujeres y hombres [...]”.[5]

Tongolele fue inventada por la prensa y por la sociedad, supuso una revolución para hablar del cuerpo y de la desnudez y por ello mismo “[...] generó una discusión en torno al cuerpo y el gozo-placer asociado a éste como forma del pecado-lujuria”.[6] Tongolele solo fue el inicio de expresiones aún más “salvajes” como fue el caso de la bailarina Kalantán, que realizaba sus bailables casi desnuda y mientras realizaba sonidos de animales. La tongolelitis provocó “el debate moral y también, cabe decirlo, teológico. Un acto donde tiene lugar la acción abominable de las ‘encueratrices’, la cópula es un solo cuerpo, es una síntesis del mal, no el mal que es la negación de Dios sino el mal que es la afirmación gozosa del pecado”.[7]



LA MORAL, LA PRENSA Y LA SOCIEDAD

La sociedad, por supuesto, no fue ajena a este tipo de espectáculos nuevos del cual mucho se quejaron ya que significó —según su parecer— un declive de las buenas costumbres. Por poner un ejemplo de este tipo de amarillismo de parte de la prensa tenemos el Magazine de Policía, revista editada de 1934 a 1969 y que era un suplemento de Excélsior. Su dueño, Demetrio Medina Estrella, era un periodista metropolitano muy experimentado que llegó a construir buenas relaciones con miembros del cuerpo policiaco. En esta revista se abordó también el tema sobre violencia nocturna, riñas, peleas, redadas, trata de blancas y asuntos relacionados con los cabarets.

En el Magazine de Policía del 26 de febrero de 1945 se describía una problemática que comenzaba a gestarse en la capital. Se mencionaba que antes las personas sabían porqué calles pasar y por cuáles no pues sabían porqué calles “no debían transitar las mujeres honestas” pero ahora sufren de situaciones que no deberían padecer pues “los hombres las abordan al suponer que son una de tantas aventureras”.[8] La prensa ayudó a difundir entre la sociedad un temor a la nueva vida nocturna que se iba gestando, es decir que

[...] delineó una espacialidad determinada que identificaba ciertas zonas de la Ciudad de México con las actividades de la vida nocturna. A través de los relatos del espectáculo denominado sicalíptico —indecente, impúdico, pornográfico—, podemos apreciar cómo la vida nocturna se ubicó en los mismos barrios y colonias que, desde la década de 1920, se reconocieron por favorecer la apertura de salones de baile, teatros y cabarets.[9]


No fue un hecho al azar que muchos de los encabezados del Magazine de Policía llevaran títulos como “Tres espectáculos sicalípticos en México” (23 de junio de 1947), “Asesinato de la vicetiple” (27 de mayo de 1946), “Cabarets. ¡Prostitución a gran escala!” (29 de abril de 1948), “México, la ciudad del pecado” (10 de junio de 1948) o “El Tupinamba, sitio de golfos y malvivientes” (12 de mayo de 1947).

A partir de esta representación de este tipo de entretenimiento se comenzó a fabricar una leyenda oscura en torno a la vida nocturna de la Ciudad y que esta era una “ciudad del pecado”.







NOTAS

[1] Áurea Maya Alcantara (coord.), Miradas a lo cotidiano en el México de los siglos XIX y XX (México: Palabra de Clío, 2007), p. 121.

[2] Ibid., p. 122,

[3] Gabriela Pulido Llano, “El espectáculo ‘sicalíptico’ en la Ciudad de México, 1940-1950”, en Rumberas, boxeadores y mártires. El ocio en el siglo XX, Rodolfo Palma Rojo, Gabriela Pulido Llano y Emma Yanes Rizo (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013), p. 50.

[4] Carlos Monsiváis, Días de guardar (México: Era, 1986), p. 356.

[5] Gabriela Pulido Llano, op. cit., p. 48.

[6] Idem.

[7] Carlos Monsiváis, “Prólogo. Tongolele y el enriquecimiento de las buenas costumbres”, en No han matado a Tongolele, Arturo García Hernández (México: La Jornada Ediciones, 1998), pp. 11-19. Citado en Gabriela Pulido Llano, op. cit., p. 46.

[8] Cfr. K-Mara, “Mujeres gangsters”, Magazine de Policía, año vi, n. 322, 26 de febrero de 1945. [9] Gabriela Pulido Llano, “La ciudad del pecado en Magazine de Policía”, en Nota roja: Lo anormal y lo criminal en la historia de México, coordinado por Rebeca Monroy Nasr, Gabriela Pulido Llano y José Mariano Leyva (México: INAH, 2018), p. 288.




ALGUNAS FUENTES DE CONSULTA

Alcantara, Áurea Maya (coord.). Miradas a lo cotidiano en el México de los siglos XIX y XX. México: Palabra de Clío, 2007.


Monsiváis, Carlos. Días de guardar. México: Era, 1986.


Pulido Llano, Gabriela. “El espectáculo ‘sicalíptico’ en la Ciudad de México, 1940-1950”. En Rumberas, boxeadores y mártires. El ocio en el siglo XX, Rodolfo Plasma Rojo, Gabriela Pulido Llano y Emma Yanes Rizo, pp. 45-68. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013.


—. “La ciudad del pecado en Magazine de Policía”. En Nota roja: Lo anormal y lo criminal en la historia de México, coordinado por Rebeca Monroy Nasr, Gabriela Pulido Llano y José Mariano Leyva, pp. 285-307. México: INAH, 2018.


—. El mapa “rojo” del pecado. Miedo y vida nocturna en la ciudad de México 1940-1950. México: INAH, 2016.










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