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“NACÍ PARA SUFRIR”: EL NIÑO FIDENCIO Y LA RELIGIOSIDAD POPULAR

Johan Caballero

Por: Johan Caballero



“NO SON POBRES LOS POBRES

NO SON RICOS LOS RICOS

SÓLO SON POBRES LOS QUE

SUFREN UN DOLOR”

Cartel que estaba

colocado en el patio

donde curaba el Niño.



COMENTARIOS INICIALES DISFRAZADOS DE INTRODUCCIÓN

El Niño Fidencio quizá no sea tan conocido y, si es así, quizá lo hayamos conocido por haber sido aquel al que recurrió el presidente anticlerical Calles en algún momento.

El Niño Fidencio quizá nos sea ajeno —me sigue siendo ajeno—, quizá no conocemos muchos detalles de su vida y por ello mismo no pretendo hacer una biografía de él ni hacer una tesis de su arraigo en la consciencia popular ni si fue fundador de una nueva religión o no. Sino, más bien, divulgar un poco de esta figura tan interesante esperando que a la lectora o lector de este texto le provoque un interés por indagar más a fondo.



¿QUIÉN ES ESE TAL FIDENCIO?

José Fidencio de Jesús Constantino Síntora fue uno de los veinticinco hijos de Socorro Constantino y Mari del Tránsito Síntora. Nació el 13 de noviembre de 1898 en Iránuco, Guanajuato, y que murió en Espinazo, Nuevo León, en 1938.

Desde muy niño se diferenció de los demás niños pues como monaguillo de Acámbaro solo tenía de amigos al cura y “le adivina el pensamiento o el futuro inmediato a sus compañeros de juego, y recibe por ello sorna y golpes”.[1] Al quedar huérfano solo estudia “hasta tercer año de primaria y trabaja de mozo y cocinero con la familia del señor López de la Fuente, excoronel villista que administra ranchos”.[2] La familia se mudó, en 1921, a Espinazo y con ellos se fue Fidencio, de quienes recibió “golpes, azotes y, según algunos, explotación económica”.[3]



LOS MILAGROS

Ya a los 29 años realiza una serie de milagros: “mineros sanados luego de un derrumbe, un enfermo de várices a quien ‘no habían podido atender en Nueva York’, extracción de tumores, curación de parturientas, atención a leprosos”.[4] Fidencio es tratado con una devoción sin igual, es transportado en hombros o como si fuera un palio; a diario llegan trenes y decenas de miles a recibir la curación de Fidencio. “Miles lo observan sanando en la azotea de la casa, en un vagón de ferrocarril, en el cerro, incluso en la tina de baño”.[5]



“NO SON POBRES LOS POBRES / NO SON RICOS LOS RICOS / SÓLO SON POBRES

LOS QUE / SUFREN UN DOLOR”....

Rezaba el cartel a la entrada del patio en el que curaba Fidencio. Este revisaba en la noche a quiénes iba a curar y lo realizaba de madrugada, había días en que solo curaba los ojos, la piel o los locos.

Trabajó durante 12 años así sin parar, a veces habían periodos de 48 a 72 horas en los que no comía. Puede curar porque la clave es el sufrimiento, esa es la clave del fidencismo: “Nací para sufrir”. Este “nací para sufrir” se compone de “la vida íntima que florece en la pobreza o la miseria, la pasión comunitaria del ascetismo, la renuncia al sufrimiento a través de la expiación”.[6]



¿CÓMO CURA?

Fidencio hace uso de la telepatía, antes que nada, pues no necesitan llevarle un análisis previo, Fidencio lo sabe; lleva a cabo la medicina psicosomática que consiste en que los enfermos deben orar antes de la terapia pues “la enfermedad y el pecado son contiguos”; también hace uso de la logoterapia, donde el enfermo cuenta sus valores y sus metas; sumamos a esta larga lista la meloterapia, que consiste en cantar mientras cura.

Podemos sumar también otros métodos que llevaba a cabo pero que podríamos considerar menos ortodoxos. Por ejemplo, a los dementes los levantaba en la madrugada y los azotaba para después bañarlos en el Charco; a los enfermos de sífilis, ceguera o lepra los baña durante días. Esto último es parte de la hidroterapia y las aguas en las que curaba se les llamó “Agua de Niño” o “el Charco Sagrado” a donde llegaban peregrinos para curarse ya que a ese líquido se le considera medicinal.

¿Qué más podemos añadir? Colocaba a la gente acostada sobre el suelo y caminaba sobre sus vientres e incluso desde una azotea le arrojaba a la gente huevos y fruta que solían regalarle; si a uno le caía un manzanazo o un tomatazo era una bendición, la señal de que se curarían.



EL PRESIDENTE CALLES Y EL NIÑO FIDENCIO

Quizá no necesite mayor presentación el presidente de México Plutarco Elías Calles (1924-1928, al menos de manera oficial). Aquel presidente que procuró llevar las reformas de la Revolución a fondo, aquel que gobernó tras bambalinas, aquel presidente anticlerical que estuvo implicado en la Guerra Cristera (1926-1929).

¿Cómo podemos concebir que un presidente como Calles conociera o quisiera ver a Fidencio? Plutarco Elías Calles visitó a Fidencio el 8 de febrero de 1928 “deseoso de librarse de padecimientos muy dolorosos, llega a Espinazo, acompañado entre otros por el general Juan Andrew Almazán”.[7] Cuando llega Calles le cantan el himno nacional y los felicistas cantan su himno, La hija del penal:


¡Ay, Virgen del Consuelo, ven!

Ayúdame a salvar mi bien,

porque mis penas son mis dolores.

¡Ay Virgencita, sálvalo!

que quiero su cariño ser,

y el preso eterno de sus amores.


Calles, “en guerra contra el fanatismo clerical y empeñado en el monopolio de la educación, confía en un curandero casi iletrado”.[8] Y tras el tratamiento que le dio Fidencio —un brebaje de rosas de Castilla en miel de abeja y pomada de jitomate— Calles declarará —se dice—: “Tú eres el único que me dice la verdad de lo que tengo”.



FIDENCIO: EL ARRAIGO EN LA CONSCIENCIA POPULAR

Podríamos pensar, en primera instancia, que Monsiváis al realizar esta crónica histórica se burla de la religiosidad popular, de las creencias de la gente o algo similar por el humor e ironía que utiliza. Sin embargo, para quienes no sean conocedores o conocedoras de la obra de Carlos Monsiváis es menester mencionar que su escritura se caracteriza por la sátira, el humor y la ironía.[9]

Monsiváis al hacer estas crónicas no es que ridiculice “estas tácticas de curación por la fe, no está degradando la credulidad de los pobres ni sus intentos de resolver sus dificultades”,[10] sino que busca explicarnos que la leyenda creada de Fidencio es mucho más compleja de lo que se puede ver.

Fidencio no funda una nueva religión pues no lo considera así la Iglesia, pero sí le da la bendición eclesiástica. Monsiváis, con esta crónica, nos quiere dar a entender que el misticismo religioso es contrahegemónico, creador (transformación de la cultura popular) y vinculado a la pobreza.


Al morir, en 1930, la multitud aguarda junto a su féretro tres días con la esperanza de que resucite. “Desde entonces, en Niño simboliza con excelencia a un nivel de la religiosidad popular, abnegada, violenta en su autoflagelación, incapaz del desánimo y la desesperanza, renacida en cada culto o ritual”.[11]





NOTAS

[1] Carlos Monsiváis, Los rituales del caos (México: Era, 2013), p. 98.

[2] Idem.

[3] Idem.

[4] Idem.

[5] Ibid., p. 100.

[6] Ibid., p. 107.

[7] Ibid., 102.

[8] Ibid., 103.

[9] Sobre esto la mejor amiga de Monsiváis, Elena Poniatowska, dijo una vez que: “Detrás del humor, de la ironía, de la burla, surge un alegato profundo a favor de la tolerancia, la libertad, los derechos humanos, la crítica como actividad intelectual por excelencia, la sociedad abierta”. Citado en: Linda Egan, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo (México: FCE, 2004), p. 69.

[10] Linda Egan, Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo (México: FCE, 2004), p. 126.

[11] Carlos Monsiváis, op. cit., p. 104.



FUENTES DE CONSULTA

Egan, Linda. Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo. México: FCE, 2004.


Monsiváis, Carlos. Los rituales del caos. México: Era, 2012.





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