Por: Johan Caballero
¡¡Extra, extra!! ¡¡Gran lluvia de 36 horas provoca la inundación de la gran Ciudad de México!! Y sí, es cierto; el 21 y 22 de septiembre de 1629 cayó sobre la Ciudad de México una lluvia que duró aproximadamente 36 horas provocando una inundación que alcanzó los dos metros de profundidad y que dejó a gran parte de la Ciudad cubierta bajo las aguas del Lago de Texcoco por cinco años.
Si bien este desastre natural fue provocado por las lluvias cabe preguntarnos si la culpa también fue humana, ¿cómo reaccionaron las autoridades coloniales? ¿Cómo repercutió en la sociedad novohispana? ¿Cuál fue el desenlace?
Construir una ciudad en medio de un lago puede no ser la mejor idea a largo plazo. Si bien pudo resultar una idea y solución a corto plazo, con el paso del tiempo, no obstante, se vería que no sería la mejor idea y esto se vio en dos ocasiones antes de esta inundación: 1) cuando el Sitio de Tenochtitlan comenzó, el acueducto de Chapultepec que transportaba agua potable desde este lugar hasta la ciudad de Tenochtitlan fue destruido para aislar la ciudad; y 2) en 1553 ocurrió una inundación tras ser destruida la Albarrada de Nezahualcóyotl, que regulaba las aguas de la ciudad.
Las casas de adobe se derrumbaron poco a poco, otras tantas más sufrieron daños en sus cimientos y sobre los techos (un testigo presencial hasta nuestros días, pero inmóvil, de este desastre es una cabeza de león que reposa en la esquina de la avenida Madero con Motolinía), las calles poco a poco se cubrieron de agua a excepción de la Plaza Mayor —el perímetro del actual Zócalo— que se mantuvo fuera de las aguas. El comercio, como es de esperarse, sufrió pérdidas y las enfermedades acudieron al pase de lista.
Poco a poco la ciudad comenzó a despoblarse y a pesar de que se pensó que ocurriría una rebelión debido a las enfermedades, hambruna y trabajos de reconstrucción, en realidad esto no ocurrió.
A pesar de que el Cabildo, el virrey y las órdenes religiosas pusieron manos a la obra, el arzobispo Francisco Manso y Zúñiga fue quien demostró más prontitud a la hora de ayudar a la población: recorrió, en una canoa, los barrios de la ciudad para repartir provisiones; “improvisó hospitales y recogió en su palacio cantidad de gente que había quedado a la intemperie”. En octubre el arzobispo escribió al virrey que “en menos de un mes habían perecido ahogadas o entre las ruinas de las casas más de treinta mil personas y emigrado más de veinte mil familias”.
Las canoas se convirtieron en negocio. Bernabé Cobo escribió que visitó un aserradero en Río Frío que se dedicaban a la tala de árboles para fabricar embarcaciones.
El consuelo de la gente... Sobre los techos de las casas se hicieron altares improvisados para poder celebrar la misa, desde los balcones y los techos igual se escuchaba misa. Se recurrió a la intercesión de la virgen de Guadalupe en una procesión en canoas y trajineras (200, según las fuentes) desde su santuario del Cerro del Tepeyac hasta la Catedral Metropolitana.
¿Y el gobierno? El rey Felipe IV ordenó que la ciudad se mudará a tierra firme, esto es entre Tacuba y Tacubaya, pero esto costaría “cincuenta millones de pesos y desecar la laguna tres o cuatro millones de pesos” y “las pérdidas ascendían a poco más de seis millones”. Resultado: tras cinco años de inundación (sí, cinco), solo quedaban en la Nueva España cuatrocientas familias.
FUENTES DE CONSULTA
Boyer, Richard Everett. La gran inundación. Vida y sociedad en la ciudad de México (1629-1638). México: SepSetentas, 1975.
Rosas, Alejandro, y Sandra Molina. Érase una vez en México 1. De las cavernas al virreinato. México: Planeta, 2017.
Rubial García, Antonio (coordinador). Historia de la vida cotidiana en México: tomo 2: la ciudad barroca. México: El Colegio de México/ FCE, 2005.
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