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LA CIUDAD DE MÉXICO Y SU COMPLEJA RELACIÓN CON EL AGUA DURANTE LA COLONIA

Johan Caballero

Por: Johan Caballero



UNAS PALABRAS QUE SERVIRÁN DE INTRODUCCIÓN

SE DICE HASTA EL CANSANCIO que la ciudad de México antes era un lago, que nuestra ciudad se fundó sobre un lago y que algo hicimos para deshacernos del agua que nos rodeaba. Sin embargo, estas afirmaciones a veces resultan vagas y no se profundiza en ello reduciendo a que el agua de la ciudad se limitaba a la del lago de Texcoco y los otros que rodeaban a la ciudad, cuando la realidad es que había agua por todos lados y muchas eran calles de agua.

Lo que intentaré es intentar recrear el ambiente que vivía la ciudad entre las aguas, su dinámica y los problemas a los que se tuvo que enfrentar como lo fueron las inundaciones. También trataré de establecer los problemas de distribución del agua, que tuvo mucho que ver con las fuentes y las acequias que permitieron la entrada de bastimentos a la ciudad.



UN BREVE ACERCAMIENTO A LA CONDICIÓN ANFIBIA DE LA CIUDAD: DE SU FUNDACIÓN A LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN

COMO ES BIEN SABIDO, las ciudades de México-Tenochtitlan y de Tlatelolco se fundaron en medio de un lago o, mejor dicho, en medio de una serie de lagos. Si bien esta condición anfibia le fue favorable debido a cuestiones como la defensa, ya que estar rodeada de agua les proporcionó una barrera natural contra sus enemigos y que mediante una cantidad de puentes levadizos podían controlar el acceso a través de sus calles y acequias. Otra ventaja tiene que ver con el aspecto económico pues la pesca y la caza fueron un gran recurso para comerciar. Un aspecto más que debemos considerar es que la agricultura se vio favorecida debido a la existencia de las chinampas en las cuales se aprovechaba el entorno acuático.

Estas ventajas pronto tendrían sus desventajas como lo fueron las inundaciones, una de ellas ocurrida durante el gobierno del tlatoani Ahuízotl. Precisamente bajo su mandato quiso aumentar la cantidad de agua que llegaba a la ciudad y por esa razón decidió construir un nuevo acueducto que llevara agua desde Coyoacán. El agua que llegó a la ciudad fue recibida con mucho agrado por parte de los habitantes pero tras

cuarenta días de llegar el agua a la ciudad, las aguas de la laguna comenzaron a crecer y a pesar de los intentos por construir albarradas, no tuvieron éxito, la gente comenzó a abandonar sus hogares para irse a refugiar a otras localidades.[1]


Ante este desastre, se tuvo que pedir ayuda al señor de Texcoco, Nezahualpilli, para remediar el caos. La desventaja mayor de esta condición de aislamiento se vio durante el sitio de Tenochtitlan en 1521, en el cual las tropas de Cortés cortaron el principal suministro de agua: el acueducto de Chapultepec. Efectivamente esta estrategia de Cortés resultó efectiva pues, entre muchas otras razones, cortar este suministro permitió concluir más rápido la batalla de Tlatelolco con la cual se ha marcado el fin de la batalla por Tenochtitlan.




LAS ACEQUIAS Y LAS OBRAS HIDRÁULICAS PREHISPÁNICAS: UN PANORAMA

ES NECESARIO MENCIONAR el aspecto que tenía la ciudad a la llegada de los europeos pues acequias, diques, albarradas, acueductos y canales eran el paisaje que se podía observar en la ciudad. Mediante un sistema de presas y diques se regulaba el nivel del agua para retener el agua en temporada de sequía y para proteger a la ciudad de futuras inundaciones.

La estructura y el proceso que conformaba el sistema consistía en separar el agua salada del Lago de Texcoco y mediante una serie de compuertas que controlaban el nivel del agua para evitar inundaciones. Además, conectaba a las acequias, los ríos, los acueductos y así se logró que el agua dulce rodeara a la ciudad.


Respecto a las acequias es menester mencionar que la gran mayoría cruzaban de poniente-oriente hasta llegar al lago de Texcoco. La primera acequia era la de Santa Anna, pasaba cerca del convento de Tlatelolco y pasaba por el barrio de Santa Anna; otra acequia era la de Tezontlale, que cruzaba por los límites de Tepito y la Lagunilla; la del Apartado o del Carmen tenía su origen en San Cosme, cruzaba por el convento de Santo Domingo y “marcaba el límite norte del casco de la ciudad española”.[2] Finalmente tenemos a la más importante de las acequias, que es llamada Real o del Palacio y entraba desde el sur de la Alameda,


pasaba por el costado sur del Hospital Real, por la espalda del convento de San Francisco y seguía su curso atravesando por el lado sur de la Plaza Mayor hasta unirse en la parte oriente con la acequia que venía desde Chalco [...] hasta desembocar en el lago de Texcoco.[3]


A pesar de que las acequias servían como una vía de comunicación a través de la cuál se comunicaban los habitantes de la ciudad y mediante la cuál se podían intercambiar las distintas mercancías, el deterioro ambiental —producto de una ausencia de medidas de higiene y del incremento de la población en la ciudad— se reflejó en una disminución del nivel de las aguas de las acequias.

A partir de cierto momento, las acequias ya no eran la mejor opción para ser usadas como vía de transporte para el transporte y las mercancías. Además se comenzó a cuestionar si estas acequias eran un foco de infección debido a las condiciones en que se encontraban las mismas. Sobre esto último basta con mencionar lo dicho en el Cabildo de la ciudad el 17 abril de 1592:


El padre guardián del monasterio franciscano de Santiago Tlatelulco, presenta una petición [...] en la que Pero Diáz de Aguero, procurador general de los indios, denuncia la falta de agua en Tlatelulco. Dice que la gente bebe agua insalubre y se enferma o muere; que de 6 000 tributarios apenas han quedado 3 000 y van, cada día, en disminución porque muchos están lléndose a vivir a otras partes [...]. [4]


Por ello mismo, y de manera paulatina, las acequias comenzaron a cegarse a lo largo de los años noventa del siglo XVIII, ejemplos de esto fueron la acequia Real y la que partía del Hospital Real para convertirse en colectores subterráneos.

Aunque no todas las acequias fueron cegadas y la ciudad aún fue navegable a lo largo del siglo XIX, sí fueron usadas la mayoría de las ocasiones para dos cuestiones importantes: 1) introducir productos agrícolas a la ciudad, que en su mayoría provenían de las zonas rurales cercanas a la ciudad como lo fue Xochimilco; y 2) las acequias se usaron para paseos pues la navegación a través de Jamaica, La Viga, Santa Anita o Iztacalco era algo habitual y de la cuál se conservan algunas pinturas de la época.[5]



EL SIGLO DE LAS INUNDACIONES Y SUS POSIBLES REMEDIOS

EL SIGLO XVII “fue el siglo más mojado” pues tan solo en dicho siglo se padecieron cinco inundaciones que causaron grandes estragos en la sociedad. Ante estas inundaciones que ocurrieron a lo largo de 75 años, Enrico Martínez señaló que el problema consistía en que después del azolve, ocurría una inundación, se rellenaba y posteriormente se repetía este ciclo al grado lamentable de que con una lluvia se podía inundar la ciudad. Estas no eran las únicas causas que provocaron las inundaciones, pues también la tala desmedida así como la expansión de la ciudad provocaba que el material cayera al lago, provocando el aumento de las aguas.

A inicios del siglo XVII, entre 1605 y 1606, se ordenó reparar calzadas y diques, obras que dirigieron los frailes franciscanos Zárate y Torquemada. Otra acción importante fue la que decidió el virrey de Montes Claros, la cual consistía en reconstruir el dique que separaba el lago de Texcoco del de Xochimilco, no obstante, no funcionó en demasía pues no se pudo impedir la inundación de 1607.

A raíz de esto la pregunta era frecuente: ¿cómo frenar las inundaciones? Fácil, drenar el lago de Zumpango e interceptar el río Cuautitlán con el río Tula para que las aguas llegaran al Golfo de México. El virrey Luis de Velasco (hijo) se enfrentó a las inundaciones a partir de 1607 y por eso se decidió discutir las obras del desagüe. Por eso mismo, entre 1607 y 1608 se abrió un socavón en Huehuetoca para construir un desagüe artificial, proyecto que estuvo al cargo de Enrico Martínez y del matemático jesuita Juan Sánchez. Para esta obra se requirieron de diez meses de trabajo y de la mano de obra de 60, 000 indígenas para excavar ese túnel y el canal de doce metros.

La obra finalmente fue suspendida por órdenes del virrey de Gálvez hacia 1623 pues creía que no servía pero hubo una inundación en ese mismo año que demostró lo contrario. “La utilidad de esta obra se vio al ocurrir una inundación en la ciudad [...] tras la crecida del río Cuatitlán que elevó el nivel del lago como una de las consecuencias [...] de la suspensión de esta obra”.[6]



LA INUNDACIÓN DE 1629

ENTRE EL 21 Y 22 de septiembre de 1629, cayó una lluvia torrencial que duró 36 horas provocando una terrible inundación de dos metros de profundidad que dejó sumergida a la ciudad por cinco años.

A pesar de que el Cabildo, el virrey y las órdenes religiosas pusieron manos a la obra; sin embargo, el arzobispo Francisco Manso y Zúñiga fue quien demostró más prontitud a la hora de ayudar a la población: recorrió, en una canoa, los barrios de la ciudad para repartir provisiones; “improvisó hospitales y recogió en su palacio cantidad de gente que había quedado a la intemperie”. En octubre, el arzobispo escribió al virrey que “en menos de un mes habían perecido ahogadas o entre las ruinas de las casas más de treinta mil personas y emigrado más de veinte mil familias”.[7]

Las casas de adobe se derrumbaron poco a poco, otras tantas más sufrieron daños en sus cimientos y sobre los techos (un testigo presencial hasta nuestros días, pero inmóvil, de este desastre es una cabeza de león que reposa en la esquina de la avenida Madero con Motolinía), las calles poco a poco se cubrieron de agua a excepción de la Plaza Mayor —el perímetro del actual Zócalo— que se mantuvo fuera de las aguas. El comercio, como es de esperarse, sufrió pérdidas y las enfermedades acudieron al pase de lista.

Poco a poco la ciudad comenzó a despoblarse y a pesar de que se pensó que ocurriría una rebelión debido a las enfermedades, hambruna y trabajos de reconstrucción, en realidad esto no ocurrió. Por ejemplo, Francisco Javier Alegre, en su Historia de la Compañía de Jesús, menciona que tras el encarecimiento de los alimentos el peligro mayor venía de las clases bajas ya que se enfurecieron con los jesuitas, primero, y con el virrey, después.[8]

El consuelo de la gente se hizo notar mediante la religiosidad. Sobre los techos de las casas se hicieron altares improvisados para poder celebrar la misa, desde los balcones y los techos igual se escuchaba misa. Como mencionó el padre Javier Alegre:


Dió [sic] asimismo su señoría licencia que en los balcones, en tablados que se formaron en las encrucijadas de las calles y aun en las azoteas se pudiesen poner altares en que celebrar el santo sacrificio de la misa, que oia [sic] el pueblo desde los terrados y ventanas vecinas, no con aquel respetuoso silencio en que los templos, sino ántes [sic] con lágrimas, sollozos y clamores que á [sic] los ojos sacaba tan nuevo y tan lastimoso espectáculo.[9]


Se recurrió a la intercesión de la virgen de Guadalupe en una procesión en canoas y trajineras (200) desde su santuario del Cerro del Tepeyac hasta la Catedral Metropolitana. Ocurrieron otra serie de disposiciones como la que ordenó el Cabildo en octubre de 1629 mediante la cual se “dispuso que cada dueño construyese una acera de dos varas de ancho y media vara de altura sobre el nivel del agua [...] podrían volver a la normalidad y ayudarían en lo posible a la obra”.[10] ¿Y el gobierno? El rey Felipe IV ordenó que la ciudad se mudará a tierra firme, esto es entre Tacuba y Tacubaya, pero esto costaría “cincuenta millones de pesos y desecar la laguna tres o cuatro millones de pesos” y “las pérdidas ascendían a poco más de seis millones”. Resultado: tras cinco años de inundación (sí, cinco), solo quedaban en la Ciudad de México cuatrocientas familias.




LAS MERCEDES DE AGUA

DESDE INICIOS DE LA COLONIA se intentó procurar la distribución equitativa del agua para todos los habitantes de la ciudad tal como se había establecido en la Real Cédula de 1532: “[...] que la dicha ciudad esté bien proveída de agua [...] mandásemos llegar la dicha agua y ponerla en medio de la plaza principal [...] que conviene al bien y común de la dicha ciudad y vecinos de ella”.[11] No obstante, esto no se cumplía pues el abastecimiento y el aprovechamiento del agua fue desigual debido a la concesión de mercedes reales.

Algo que debemos tener en claro es que los recursos naturales como el agua o la tierra le pertenecían al rey pero este podía donarlas a súbditos a través de una gracia o una merced. En las mercedes se especificaba que el rey otorgaba cierta cantidad de agua a una persona. Para el caso concreto de la ciudad de México, la mayoría de estos individuos que recibían mercedes reales eran “vecinos cononotados”, hospitales, órdenes religiosas, colegios, entre otros.

Pronto comenzó a haber una escasez de agua en las pilas públicas y en las fuentes de

la ciudad como consecuencia de estas mercedes por lo que las autoridades no tardaron en poner las cartas sobre la mesa para discutir la solución y a partir de 1710, mediante 11 ordenanzas, se procuró regular la distribución del agua haciendo referencia a la escasez de agua en las pilas y fuentes públicas, a los daños hechos a los acueductos y a los daños a la red de arcos que formaban los acueductos.

Una más de las regulaciones era la del espacio público y no cualquier espacio sino el de las plazas. Las plazas públicas regularmente tenían su propia fuente pero la problemática es que algunas plazas eran del Ayuntamiento y otras tantas eran de privados; si las plazas contaban con fuentes, entonces estas también se convertían en propiedad de los particulares que poseían las plazas. Es decir, alrededor del agua se tejían interesantes relaciones sociales en torno a su manejo:


Gozar de una merced de agua para algunos era más que un asunto de necesidad, era asunto de prestigio. Y es que el agua a domicilio era la expresión del éxito social y al mismo tiempo servía para reforzarlo.[12]



Si bien fundar una ciudad en medio de una serie de lagos resultó ventajoso para aislarse de sus enemigos y obtener recursos propios del ambiente, tiempo después resultó una gran desventaja debido a las condiciones ambientales que acontecieron a lo largo de los años.




NOTAS

[1] Yazmani Johan Mena Caballero, “El tlatoani que murió como consecuencia de una inundación: Ahuízotl”, El Temporal: Gaceta de Imaginación Histórica (blog), 31 de mayo de 2024, https://eltemporalsh.blogspot.com/2024/05/cronicas-de-una-ciudad-que-se-mojo-y-se.html

[2] Guadalupe de la Torre Villalpando, “Las calles de agua de la ciudad de México en los siglos XVIII y XIX”, Boletín de Monumentos Históricos, núm. 18 (2010), p. 59.

[3] Guadalupe de la Torre Villalpando, "Las calles de agua", pp. 59-60.

[4] "Acta de Cabildo del Ayuntamiento de la Ciudad de México del 17 de abril de 1592", en Guía de las actas de cabildo de la Ciudad de México siglo XVI. Dirigido por Edmundo O'Gorman, con la colaboración del cronista de la ciudad Salvador Novo, (México: FCE/Departamento del Distrito Federal, 1970).

[5] Para tener una noción de que tan navegable era la ciudad hacia el siglo XIX, podemos recordar cuando Benito Juárez viajaba, a finales de la década de 1860, en el vapor "Guatimoc" a través del lago de Texcoco y de pronto explotó una de las calderas. Al respecto, Ignacio Manuel Altamirano escribió su crónica en El Renacimiento en la que dijo: “Llama la atención la buena fortuna del presidente, quien sale siempre ileso de todos los peligros”. [6] Yazmani Johan Mena Caballero, “El primer intento por detener las inundaciones: el desagüe de Huehuetoca”, El Temporal: Gaceta de Imaginación Histórica (blog), 17 de abril de 2024, https://eltemporalsh.blogspot.com/2024/04/cronicas-de-una-ciudad-que-se-mojo-y-se_17.html

[7] Carta del arzobispo Francisco Manzo de Zúñiga al rey, citado en Alejandro Rosas y Sandra Molina, Érase una vez en México 1. De las cavernas al virreinato (México: Planeta, 2017), p. 151.

[8] Cfr. Richard Everett Boyer, La Gran Inundación. Vida y sociedad en la ciudad de México

(1629-1638) (México: SepSetentas, 1975), p. 34.

[9] Francisco Javier Alegre, Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Tomo II (México: Imprenta de J. M. Lara, 1842), p. 180.

[10] Richard Everett Boyer, La gran inundación..., p. 36. [11] María del Carmen León García, “Las fuentes de agua y las plazas públicas. Agua potable en la ciudad de México al finalizar el siglo XVIII”, Boletín de Monumentos Históricos, núm. 27 (2013), p. 78, URL: https://revistas.inah.gob.mx/index.php/boletinmonumentos/article/view/2625 [12] Citlali María del Rosario Martínez Camacho, “El reglamento general de las medidas de las aguas. O la importancia del agua para la ciudad de México durante el siglo XVIII”, Memoria XVIII 2005 Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispanos (2005): p. 270. URL: https://drive.google.com/file/d/1QC7QUH7fWXTnhwnOGP1dIN_K2OVACPsY/view




FUENTES DE CONSULTA

Alegre, Francisco Javier. Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España. Tomo II. México: Imprenta de J. M. Lara, 1842.


Boyer, Richard Everett. La gran inundación. Vida y sociedad en la ciudad de México (1629-1638). México: SepSetentas, 1975.

Guía de las actas de cabildo de la Ciudad de México siglo XVI. Dirigido por Edmundo O'Gorman, con la colaboración del cronista de la ciudad Salvador Novo. México: FCE/Departamento del Distrito Federal, 1970.


León García, María del Carmen. “Las fuentes de agua y las plazas públicas. Agua potable en la ciudad de México al finalizar el siglo XVIII”. Boletín de Monumentos Históricos, núm. 27 (2013): 77-91, URL:


Martínez Camacho, Citlali María del Rosario. “El reglamento general de las medidas de las

aguas. O la importancia del agua para la ciudad de México durante el siglo XVIII”. Memoria

XVIII 2005 Encuentro Nacional de Investigadores del Pensamiento Novohispanos (2005).


Rosas, Alejandro, y Sandra Molina. Érase una vez en México 1. De las cavernas al virreinato. México: Planeta, 2017.


Rubial García, Antonio (coordinador). Historia de la vida cotidiana en México: tomo 2: la ciudad barroca. México: El Colegio de México / FCE, 2005.


______________ y Jessica Ramírez Méndez. Ciudad anfibia. México Tenochtitlan en el siglo XVI. México: UNAM, 2024.

Torre Villalpando, Guadalupe de la. “Las calles de agua de la ciudad de México en los siglos XVIII y XIX”. Boletín de Monumentos Históricos, núm. 18 (2010).

Vargas Betancourt, Margarita. “Santiago Tlatelolco y el sistema hidráulico de la ciudad de México colonial (1523-1610)”. En Los indios y las ciudades de Nueva España, coordinado por Felipe Castro Gutiérrez, pp. 123-140. México: UNAM/IIH, 2010.






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